Un hombre sin oficio ni
beneficio,
que se quería comer el mundo
pero que en verdad era un bala
perdida,
me preguntó el domingo
en el mercadillo de la Plaza
del Museo,
por una tarea que aún no
tuviera oficio,
que él, según dijo, la
profesaría sin sacrificio.
Qué astrólogo investiga el
ronroneo
de la colonia de siameses de
la Luna.
Qué orfebre encaja todas las
piezas
de hojarasca en el puzzle del
otoño.
Qué pescadería regala titánico
perejil
por la compra de huérfanos
icebergs.
Qué jabonero vende al peso
pompas
de jabón con PH neutro en una
guerra.
Qué afilador afila las pestañas
para que teman brotar las
lágrimas.
Qué barrendero acarrea todas
las erres
de las aceras para el popurrí
del grillo.
Qué ganadero alimenta sus
hectáreas
carnívoras con fosas comunes.
Qué astillero limpia los
cascos sanguinolentos
de los bueyes arrastreros de
las mareas.
Qué acomodador recoge los
bostezos
para más tarde comulgar a los
insomnes.
Qué carpintero vende el serrín
de un Luis XV
como polvo de talco en estado
rococó.
Qué micólogo vende las
branquias de amanita
que nos sumergen en el mar de
la locura.
Qué historiador analiza el
apoyo explícito dado
por la luna a los EEUU durante
la guerra fría.
Qué floristería vende el dos
por tiesto de manos
donde florecen más uñas que
caricias.
Qué golfista cuelga en el
pentagrama
la corchea de su triunfo más
sonado.
Qué esteticista nos ofrece la
opción de ser negro
al transplantar los órganos a
nuestra sombra.
Qué editorial regala estacas,
ristras de ajos y ofrece
una recompensa por la cabeza
de ese tal Anónimo.
Qué psiquiatra corre de noche
por el entarimado
para que al crujir nos aterren
las dilataciones.
Qué galeno diagnostica
anualmente a Juno
primavera con un principio de
verano.
Me pidió por escrito estos
supuestos nichos de mercado,
y claro, yo, como quiromante,
le desleí la mano.
(Cliente atendido en el
mercadillo de la Plaza del Museo de Sevilla,
a media mañana, el pasado
domingo 21 de diciembre)
Martín de la Torre
Martín de la Torre
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