domingo, 14 de diciembre de 2014

Céfiros y espejismos


Los céfiros son los ácaros del viento.
Los espejismos son los ácaros de la imaginación.

El céfiro es ácaro hueco que mudó la piel.
Pariente del ácaro del polvo,
los céfiros son lo que las gotas para la lluvia
o las estrellas para el firmamento,
animales corporativos de otro mayor:
el viento.
Los céfiros son glóbulos de respiración vieja,
alimentación omnívora
y oficio ruinoso.
Su pasatiempo es vestigio de olvido.

El céfiro, por su naturaleza huera, se satura de ruina.
Dentro de cada céfiro pueden viajar,
aleatoriamente,
pólenes de metralla,
microscópicos climas continentales,
pequeñas oscuridades algo fóbicas a la luz,
sistemas económicos y sus instrumentos financieros,
insectos incendiados nulos de pleno derecho,
escamas vivas de la piel de un cadáver o de todos a la vez.

El céfiro, como ser omnívoro,
roe las columnas que sostienen el horizonte.
Por marzo roe las columnas del invierno.
Por septiembre las columnas del verano.
Su estela es de postguerra.
Puso huevos en Belchite, Nuremberg y Nueva Orleans.
Hace escala para cobrarse los estertores
hacinados entre la depresión y el suicidio.
Ensucia las palabras de una conversación
y hace sudar horribles axilas al viento.
Necesita siempre, al contrario que los ácaros del polvo,
más frío y más sufrimiento y más calor y más sufrimiento.

El céfiro es fruto de una peonza secreta que no deja de girar
y que sin duda mueve el universo.
Esa peonza puede estar a un metro
o a un metro de la extinción,
en el cajón de los cubiertos de la casa de tus padres
o en el cajón de los cubiertos de la casa de tus padres de Plutón.
Puede ser visible o camuflarse en otro cuerpo.
Esa peonza mueve el viento, los ácaros, la destrucción,
exilia la nada del hemisferio este al hemisferio cerebral,
vacía el caracol y deja espiral y poniente sin concha.
avienta la crisálida y deja intención de larva.
Porque el céfiro es ruinoso alimento de la gravedad.

Entonces, los hombres buenos,
hablan a los pájaros de lo innecesario de sortear
la esquinas que ya no incrustan el aire,
hablan a las semillas, traumatizadas por el cemento,
de lo necesario de volver a brotar,
le suenan los mocos a los ríos
para que la respiración del agua resucite a los peces.
Y se hablan entre ellos,
se sientan los hombres buenos
en los paisajes devastados por el céfiro,
en los cimientos de ferralla transparente y frágil espejismo
e imaginan cada píxel,
cada grano de cristalina arena
que ha de levantar la ciudad perfecta.

Porque el espejismo es ácaro bueno.
Pariente del ácaro del viento,
los espejismos son
lo que los céfiros para el viento,
lo que las gotas para la lluvia
o las estrellas para el firmamento,
animales corporativos de otro mayor:
la imaginación.
Los espejismos son de respiración súbita,
alimentación lumínica y oficio soñador.

La imaginación comienza por el tejado
como una catarata,
como la trama de una falda que urde la rodilla,
como una gota de agua que tose ladrillos horneados al aire,
como una necrópolis que es rascacielos sin sótano.
Pero, y si conformado el espejismo capital,
una golondrina, con sus reales alas y su pico corto,
anida bajo el alero de uno de los pisos del espejismo,
y si un helicóptero aterriza en el helipuerto
del hotel de cinco estrellas
y sus hélices son la peonza 
y otra vez el mismo firmamento
y la misma lluvia y los mismos ácaros
siendo céfiros para la imaginación.
Y los espejismos siendo la utopía de siempre.
No. 
La ruina no volverá a besar el carmín de nuestra bandera. 


Martín de la Torre

Belchite tras la plaga de céfiros.

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