Cuando la naturaleza todavía cruda
no se podía comer
y la noche se probaba la sotana
tras el pomo de la luna.
Cuando las cataratas
se mesaban sus barbas transparentes
y el cielo buscaba goteras
en cada poro de las nubes.
Cuando las ilusiones
florecían de los cerezos
y el otoño ensartaba búhos
con las alas nuevas de la hojarasca.
Cuando la muerte inventó el infinito
y atrapó a la vida entre paréntesis
el viento se dedicó a ser pájaro,
el tiempo se anilló a los árboles,
y el hombre completó el mosaico
con hirientes fragmentos de metralla
en lugar de las más bellas teselas.
Cuando vuelva por donde vine
y desande la humanidad
y sus pinturas rupestres, sin duda,
no habrá quien me entregue el más merecido
Premio Nobel de la Paz.
Martín de la Torre