lunes, 8 de junio de 2015

Océano global


 En Sevilla no hay río
 pero antes pasaba el mar
 por el muelle de la sal

Las carabelas cabalgan el difunto oleaje
       Huyen del gran océano como ballenas
       que pudiesen deshacerse de las olas
                                                                        Olas que arrastran  
                                                                        como bueyes las Américas
              
Escapan del sudor que dio gusto a los océanos
Quieren volver a la madera
    que las botó de los bosques
Quieren curar sus aletas en los algodonales
    como chumberas con lengua azul

Agua no potable al menos para nadie
     de sucias crines y bisagras oxidadas
Qué mares regalan a la orilla
     gibosas olas como exequias de dromedario
Qué mares que no sean de pozo
     ahogan y callan con tanta gula
Qué mares que no sean alud de cordillera
    sepultan como la pirámide a su faraón

El mar al que no dedicaron leyendas ni doncellas
   sino acueductos de lágrimas fecales
   y poemas como calamares putrefactos
  
El manantial ignora lo que su curso medio ya conoce
    El mar es la ballena que vomita la navidad
    de una familia en la lengua de una playa
       El inabarcable código postal treinta mil cien
       de las casonas varadas de Venecia
    El joyero séptico con las cenizas
    del bebé convertidas en diamante
       El mar es un tiburón blanco
       de sangre azul

Los delfines levantan mezquitas
     No quieren morir en la pecera
Podrían tomar la tierra
     pero conocen la existencia de los delfinarios
Por precaución los marineros
     destruyen la micología
     que dotaría de branquias al ejército marino
Los marineros no quieren profanar 
     las conservas del cementerio

En Córdoba no hay mar
pero antes pasaba un río
y los delfines de islam vainilla y chocolate
siguen levitando en los acueductos interiores



Martín de la Torre
 


De paseo por las inmensas playas de Doñana. Entre Matalascañas y Sanlúcar, treinta kilómetros de mar, cielo, dunas y libertad, sin nada más ni nada menos. Coloqué la cámara sobre el esqueleto de un caparazón de tortuga para recoger la afilada alfombra que a la derecha de la imagen oculta el Océano Atlántico global.



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