Existe
una antigüedad sin arqueología.
Una
cordillera de tiempo irrevocable
de
calendarios apilados sobre una falla.
Existen
generaciones de anticuarios
custodiando
la maqueta del bosque original
y
la caja de marquetería con la pureza
ordeñada
en el primer diente de leche.
Existen
escamas de resina en las uñas
como
pezuñas de roble barnizadas
o
pupilas rotas por cielos de cincel.
Asoman dedos de dioses,
aguas de ahogado.
Archipiélagos reclamando sacrificios.
Existen
cráneos de trémula polea
con
un constante rechinar de quijadas
y
un goteo perpetuo de ojos en la talega.
Como
la baba de las estalactitas un goteo
de
cejas y mejillas lloran de juventud.
Existe
un terrible envoltorio farmacéutico
en
el que la piel se perfila marco bélico
y
los ojos el fruto seco de la dioptría
y
los dientes dados cáusticos
usados
como guijarros de molino.
Existe
el trimestre de la última estación
donde
un tren vierte esporas de herrumbre
sobre
grandes bostezos que eclosionan
como
cetrinas margaritas o huevos de buitre.
Existen
puertas colocadas por error en laberintos
que
con el tiempo pierden la orientación
y
el pomo la negación de su giro,
haciendo
imposible la salida.
Existen
campanas fabricadas con rizos de ángel
y
balanzas de oro en las que todos los rayos
trenzados
del sol pesan menos que la luna.
¿Cuántos
pétalos tiene un hangar
sin
contar las alas de los aviones?
Ninguno,
los mismos que rosas rojas
un
pulgar no forzado con aguja a florecer.
¿Cuántos
relojes aguanta un dique
de
cera en un pantano de veranos?
Ninguno,
los mismos que las venas
en
una muñeca rota por la esgrima.
¿Cuántas
hojas o hienas marchitas
como
banderas arrojadas al carbón
hacen
falta sacar del tórax para hallar
entre
las cenizas la veta de ceniza verde?
Ninguna.
Si
fuera valiente me embotellaría
y
me lanzaría a los mares del sur,
pero
soy duna a la voluntad del viento.
Del
ciclón conservo el vértigo
en la espiral de un ammonites
y un pétalo cronológicamente fosilizado.
Martín de la Torre
Martín de la Torre
Me encanto el poema
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