sábado, 13 de enero de 2024

Intemporal


  I


Sin usar el compás del ecuador

ni la diadema gris del horizonte,

sin plegar la envergadura del cielo

en el bolsillo de un espejo

ni trenzar los destellos de un faro 

en el penúltimo rayo de sol,

ensamblo transparencias

y archivo coordenadas.


Sobre el cristal de una ventana

o sobre la turbia pizarra de un parvulario

trazo los ecos perdidos, las ondas

de un nenúfar dormido en el estanque,

la redonda nostalgia de un suspiro

en la boca de una guitarra,

la reverberación de un campanario 

abandonado a las cigüeñas,

la nada de la pompa de jabón

que permanece tras la iridiscencia.


Con la estela de un petirrojo 

envuelvo una nube al atardecer

y oriento a las aves que tornan de la extinción.

Con la lupa que forman el índice y el pulgar 

practico la autopsia al bostezo.

Con el sextante que mide la edad

entre las olas y la luna caída al mar 

desconfino a la Tierra 

del celeste naufragio de su atmósfera.



II 


Es sencillo, más de los que parece.

Es como fabricar una cebolla

con guantes de agua y luz,

como amasar una medusa

hasta la aurora boreal,

como leer las líneas de la mano

en la ortografía de un hormiguero

o acariciar el otoño en las uvas

de la ceguera.

Es como cortar en juliana el arco iris

con una sonata de Mozart

o inventar una vida

sin la opinión de la hojarasca.


Solo es preciso contemplar

desde el interior de la uva,

desde las dos semillas de su diéresis,

la antigüedad. 

Dormir al abrigo del tiempo.

Ser la edad escrita con tiza en la frente

del viento y de la lluvia.



III


Lejos del trampantojo azul de las estrellas

la electricidad se posa en las grietas

abiertas por el pulso y los latidos.

Astilladas palomas que vuelven de otro siglo

esparcen la harina que numera el infinito

y las remotas sombras que lo habitan.


Lejos de automatismos rutinarios,

del aceite anegando el corazón,

del nostálgico alfil

o de la miel desenterrada,

las esquinas son girasoles 

con fiebre en cada hélice,

los granos de arroz, segundos de mármol

que acarician el tiempo o cualquier otro

monumento funerario, y la identidad

no es más que una losa de cualquier calle

que al pisarla gira y el que va, vuelve,

y quien vuelve es la entrada a un laberinto.



IV


Nací en el año cuándo antes de Cristo,

durante la reencarnación

de un extraño en sangre invisible,

mientras la palabra mano escribía

en la cueva el nombre de cada dedo,

y la térmica voz del alma pronunciaba

en dos sílabas la palabra amor

y en cuatro válvulas las ancestrales 

cardiopatías.


Nací mientras la soledad

reposaba sobre el paisaje

como la nieve sobre un cementerio 

donde las lápidas fueran las puertas

y las cruces, aldabas.

Nací cuando la herrumbre

aunaba sedimento incandescente

en lámparas de aceite,

y un inmenso animal de ámbar

orinaba esperanza en las plantas de regaliz.



V


Como quien desaparece una noche

y no encuentran siquiera su recuerdo,

con un candil de tiza iluminando

la misma edad en todas las pizarras

seguí a oscuras la luz de algo más oscuro.


En un lugar llamado Dónde,

la nada era el mayor número primo,

solamente un puñado de niebla indivisible

en la que ardían dos lagos.

Porque no eran los ojos

las pupilas de un porcentaje,

sino la mirada pura del sésamo.

Soplar el vidrio era beber la transparencia,

labrar el campo era exhumar la luz,

y nadie conocía la utilidad de las rodillas

porque nadie pacificaba a los membrillos.

No se preconizaban las virtudes

de la otra mentira que es la verdad

porque el único testimonio oral

era el del viento entre las ramas.



VI


Es fácil perderse bajo la tierra.

Oculto en el motor de las lombrices

atravesar a tientas el abismo,

los estratos de olvidos y marasmos,

la alfabética metralla de nombres

y calendarios. Casi inevitable,

cuando las piernas de todas las cosas

ponen en marcha su engranaje 

y te cruzan los años aleatorios,

como chispas de un infinito 

intrínsecamente desenroscado.


Cumplí cuarenta y al año siguiente

ochenta y dos, y luego diecinueve.

Tuve diez años sin haber nacido

y treinta y tres habiendo muerto.

Pasé décadas como un autómata

y siglos en decúbito supino.

Mañana cumpliré la edad de un muerto.

Tengo toda la vida por delante.



Martín de la Torre