Dispersos por la playa,
expuestos en la noche
los restos de un naufragio,
los maniquíes desmembrados
como tras una batalla naval.
Varado en la arena,
un dedo de polietileno escarba,
las crías de abanico eclosionan sus nichos
como huevos de tortuga marina.
Otra pierna se descalza la arena
y corre, es el viento, la sal sin tregua,
la fúnebre nata de las gaviotas,
los pájaros que vuelan por nosotros
y enmohecen el aire, es
el hocico de savia negra que nos respira.
La humedad que sustituye a los ojos
se enjuga las lágrimas, pero
la deforestación se cumple,
sus lágrimas son hormigas de leche,
lluvia seca de jaspe blanco
en el blanco azulejo de la nada,
en el blanco verdor de la ceniza.
Me duele un sentimiento tatuado en la pierna,
y el aire tatuado en la nariz
y la sangre tatuada en las venas
y el croar diésel de un viejo arco iris
desmoronado en lingotes opacos
sobre una playa de amapolas.
Sal de mi zona de confort, no vivas
como los maniquíes que despiertan del coma,
en el mejor de sus mundos posibles.
El único latido es la rotura.
Martín de la Torre