miércoles, 7 de junio de 2023

Correspondencias

 

En el pegamento siempre es verano.

Estampé el sello en la carta y cayó,

como en un lecho de mansos naufragios

la oí chocar contra el papel

de otros barcos a la deriva

en la boya amarilla de Correos.


En el remite: Aquí. En el destino: Allí.

Dentro del sobre una hoja en blanco

con toda una vida por escribir.


Era sábado, y por la tarde

enterré un gorrión dentro de un huevo kinder

en el parque de Alcalá la Real.

Apenas unos huesos amputados al aire

y envueltos en un sudario de plumas. 

Una triste sorpresa dentro de un féretro amarillo.


Bajo el sol de pleno agosto envié

un pájaro al pasado y una carta al futuro,

dos pueblos con el código postal del infinito.


Ahora pienso en lo absurdo 

de aquellos actos de la infancia,

pero entonces el mundo

era una brújula de incienso,

un filatélico sabor

a jengibre rancio en la lengua

y un vuelo enterrado en las manos.


Aquel domingo del ochenta y tantos

me levanté temprano, me tomé un Cola Cao,

vi un episodio de “Se ha escrito un crimen”

y me olvidé de la correspondencia

y del chamanismo precoz de la EGB.

Me olvidé de dar cuerda a los relojes

y paso el tiempo como la luz de una farola 

sobre los maniquíes de un viejo escaparate.


Esta mañana, y casi sin pensarlo,

he devuelto la carta al remitente,

dentro del sobre una hoja en blanco,

las instrucciones de montaje

del pájaro que ahora se posa en las raíces

y relee nuestra correspondencia:

el presagio y el arrepentimiento,

la nada escrita con tinta invisible, 

las cartas náuticas de dos ahogados

que en vano ya cruzaron sus destinos.



Martín de la Torre.



martes, 21 de marzo de 2023

Restos de un naufragio


Dispersos por la playa,

expuestos en la noche

los restos de un naufragio,

los maniquíes desmembrados

como tras una batalla naval.


Varado en la arena,

un dedo de polietileno escarba,

las crías de abanico eclosionan sus nichos

como huevos de tortuga marina.

Otra pierna se descalza la arena

y corre, es el viento, la sal sin tregua,

la fúnebre nata de las gaviotas, 

los pájaros que vuelan por nosotros 

y enmohecen el aire, es 

el hocico de savia negra que nos respira.


La humedad que sustituye a los ojos

se enjuga las lágrimas, pero

la deforestación se cumple,

sus lágrimas son hormigas de leche,

lluvia seca de jaspe blanco

en el blanco azulejo de la nada,

en el blanco verdor de la ceniza.


Me duele un sentimiento tatuado en la pierna,

y el aire tatuado en la nariz

y la sangre tatuada en las venas

y el croar diésel de un viejo arco iris

desmoronado en lingotes opacos

sobre una playa de amapolas.


Sal de mi zona de confort, no vivas

como los maniquíes que despiertan del coma,

en el mejor de sus mundos posibles.

El único latido es la rotura.



Martín de la Torre